Se suponía que los últimos días que íbamos a pasar aquí en Nigeria íbamos a estar felices, volvemos a nuestra tierra a ver a nuestra familia. Y en cierto modo es así. Pero es una felicidad marcada por la tristeza de su contenido. Por un lado, muchos “adiós”. Por otro, muchas “hola de nuevo”. Empieza el momento de las despedidas.

El primer adiós, que no he querido que sea un adiós, sino un “hasta luego” se lo ha llevado Blessing. Una de las personas que más ha calado en mi aventura nigeriana. Su sonrisa se ha colado en nuestras vidas, y ahora que se ha ido nos ha dejado tocados. Horas y horas hablando con ella no sólo han hecho que mejore mi inglés, sino que además, se cree un enorme vacío ahora que se ha ido. Blessing ha dado el pistoletazo de salida a una carrera que nos dejará marcados para siempre. África y sus habitantes, always with us (siempre con nosotros).

Hasta hace unos días, era consciente de que el tiempo estaba pasando volando, que ya nos quedaba poquísimo para volver. Pero no es hasta que pasa algo así, cuando te das cuenta de que nuestros días en Nigeria se van agotando sin mayor miramiento. 8 días, la cuenta atrás ya ha comenzado.

Tantas cosas por hacer, tanta gente por despedir. Un sentimiento de tristeza anida en mí. Y esta no es una despedida cualquiera. Es duro pensarlo, incluso decirlo, pero es tan difícil que vuelva a ver a alguno de los amigos que he conocido este año, que duele nada más pensarlo. Aún así me resisto a decir “adiós”, es una palabra muy fría, muy determinante. Siempre diré un “hasta pronto”.

A nuestros amigos no sabemos si los volveremos a ver alguna vez, pero al menos la tecnología está de nuestra parte. Los teléfonos e internet a través de sus innumerables ventajas nos permitirán seguir conectados. Pero, ¿y los niños? ¿Acaso podremos mantener algún tipo de contacto con ellos? O, ¿al menos saber que están bien? La respuesta se presenta en bandeja de hormigón: lo dudo. Por no decir, NO. Es demasiado complicado y no está en nuestras manos.

El otro día lo comentábamos Ana y yo cuando volvíamos del mercado. En el caso de que pudiéramos mandarles alguna carta, dudamos que llegue. Además, si llegase, seguro que alguno de los incompetentes que trabajan allí la censurarían. No les caemos bien, nos quejamos de que no trabajan. No les importan los niños, nunca les importaron. Y los niños a quién se van a quejar, si ni siquiera saben las responsabilidades o funciones que esos mayores tienen en el orfanato. No sigo por ahí porque llevamos un año luchando por esto y aunque hayamos conseguido algunas metas, sabemos que en cuanto nos demos la vuelta, todo caerá en saco roto.

Es triste, doloroso e inhumano arrancarnos a nuestros niños para siempre. Se me hace un nudo en la garganta de pensar que, desgraciadamente, nunca llegaré a averiguar si Obonguette llegó a ser un artista, si Deborah Blessing continuó sus estudios hasta convertirse en banquera o si Mary utilizó toda su astucia y entereza para forjarse un futuro brillante. Y como ellos, los otros 104 niños que hay en Destiny a día de hoy. Unos sueñan con ser futbolistas, otros mecánicos, otros costureros, e incluso los más ambiciosos, con ser presidente de Nigeria. Te queda la rabia y frustración de saber que sólo has conseguido cambiar sus vidas, un poquito, durante un año. Una ayuda que está a punto de caducar. Sabemos que Williams velará por ellos, es como el padre de todos, pero puede que incluso él tenga los días contados en toda esta historia.

Ahora tengo los ojos bañados de lágrimas. Lágrimas de felicidad y de tristeza. Un sabor agridulce se respira en el ambiente. Sentimientos contrapuestos. Tengo ganas de volver, de ver a mis padres y mi hermano. De disfrutar de mis amigos. De dormir sin mosquitera. De ir de tapas. De comerme un helado. De abrigarme cuando haga frío. De ir al cine. De disfrutar de una ducha con agua caliente y a presión. De sentarme en un parque a comer pipas mientras tengo una conversación entretenida. De tomar café con mis amigas. De sentarme en la puerta de casa de mis abuelos a tomar el fresco. De oler el pescaito frito con un chorrito de limón. De saborear la granizada de limón y los churros de mi madre. De charlar con mis vecinas. De jugar con mi Pirri.
De salir de marcha para ver a gente que hace mucho que perdí de vista. De perderme por las playas andaluzas. De sentarme en un banco de la Gran Vía de Madrid y ver a la gente pasar. De visitar a mis amigos. De oler la ropa y que huela a suavizante. De tomarme un mojito. Hay tantas pequeñas cosas que echamos de menos, que cuando volvamos todo nos parecerá nuevo. Agradeceremos cada pequeño detalle como si fuera la primera vez que lo vivimos. ¿Os acordáis de cuando Cocodrilo Dandi llega a la ciudad? Se sorprende por cualquier cosa, todo le hace ilusión. Pues algo parecido nos pasará a nosotros. Eso sí, en un par de meses se nos pasará el momento peliculero.

Pero sé que cuando esté en España también echaré en falta mis jornadas maratonianas buscando telas y persiguiendo costureros con Neli. Los suyas (pinchitos de carne) que nos comíamos en la terraza del Marion. Mis ratos de charloteo con Joy y Blessing. Las anécdotas graciosas de la casa, que al ser tantos, son muchas. Los mangos y las mazorcas de maíz a la brasa. Los viajes anecdóticos que nos hemos marcado las 5 magníficas (Ester, María, Neli, Tere y yo). Los cumpleaños que nos hemos currado en casa. Los abrazos de los niños del Destiny. Los momentos cabezas pensantes que he tenido con Mache para montar fiestas sorpresa. Las sonrisas sin caducidad de la gente de la calle. Los, “Bo, ¿hoy qué cocinamos? Sólo quedan 3 patatas, dos huevos y un pepino”.
Los más y los menos de la casa del Gran Nigeriano. Los talleres de tacto y yoga que hacían Patri y Valle al principio. Los planes esporádicos del Sunny. Las albóndigas de la Mache y la paella del Foski. Los momentos noticias CNN+ 24 horas que se ha marcado Jose. Los churreteos con Sami y sus momentos paternales. La gracia de tener un manitas en casa, en la nuestra, Kanu. El nuevo castellano que hemos aprendido con los ecuatorianos Michael y Ron, en mi diccionario ahora aparece “Se me aflojó el cauchito”. Las trifulcas por las comida. ¡Arg! Eso seguro que no. Anda, y ahora que le cogido el gustillo a comer platos africanos, lo mismo hasta echo de menos la melon soup y la afán soup con garri.

Pero sin duda, una de las cosas que más echaremos en falta serán nuestros niños: sus refunfuñeos en efik, sus abrazos disimulados, sus I´m coming, sus sonrisas al bajar del autobús, sus “mbakaras” porque se les ha olvidado tu nombre, su dificultad para prestar atención, su locura transitoria, su increíble manera de bailar, sus momentos de rabieta descontrolada, el suave tacto de su pelo al crecer en onditas, los achuchones y besuqueos de madre dislocada que les damos, la cara de ilusión cuando le traías cualquier cositas, los momentos “vamos a recogerlos al cole y ellos vacilan de mami mbakara delante de todos sus compañeros”. Estos niños han sido tan especiales para nosotros que los llevaramos dentro para siempre.

Muchas ganas de volver, pero con un gran sentimiento de culpabilidad por dejar las cosas como estaban. O nunca mejor dicho, de la mano de Dios. La montaña de arena que hemos ido creando con esfuerzo y dedicación a lo largo de todo el año, creo que se esfumará con el tiempo. Y al ritmo que se hacen las cosas en Nigeria, se habrán desecho de nuestra duna en un periodo de tiempo tan corto que da vértigo nada más pensarlo. No me queda otra que creerme que las cosas no se hacen para nada y que por poco que creamos que hemos conseguido, menos hubiera sido nada.
Read Full Post »